Eaux de Mars

Stacey Kent es un angel. Todo lo que ella canta me encanta. Pero escuchar su version de Aguas de Marzo, en francés, es mas de lo que podia esperar.

Todo el mundo tiene una buena historia ligada a este tema. Mi historia se reescribio cuando mi mejor amigo me dijo: “Era mi primera vez en el mundo, en Brasil, y en aquel taxi, Aguas de Março”. Desde entonces la cancion es la banda sonora de las memorias de ese viaje, disparatado para mi, poético para él.

una foto es un mapa

Esta es una de esas fotos cuya importancia no viene de la apreciación anticipada del sujeto sino todo lo contrario. Me atrajeron los colores que llevaba y su rostro angelical. Eso era todo antes de tomar la foto. Cuando la tomé, había muchos mas elementos por los cuales sin duda habría tomado la misma foto. Mi presencia e intensión de tomarla en foto, le adjudicaron a esta chica algo mas, quizás un cierto pudor que completa la magia de este momento (en todo caso para mi). No sigo sin sentir que explico una foto, no era mi intensión, solo pienso el antes y el después de la foto, la historia de la foto en si misma, mi historia.

Piedra nueva

Buscábamos el acceso mas rápido a la plaza central del Museo del Louvre (Lila gritaba: “la piramide, la piramide, mama”) cuando vi estos sacos. Entre mi miopía y mis lecturas erradas, percibí una ruina, una ruina como esas que encontramos en Roma. Mi gran sorpresa ¡Excavaron y encontraron esto! Normal encontrar ruinas en estas ciudades europeas, pero a los Franceses no les debe causar ninguna gracia dañar la superficie, que al final de cuentas es lo único que les interesa, aunque lo nieguen. Ya un poco mas cerca, me atrajeron las plantas, largas, verdes, irreverentes, esbeltas, que creía se desarrollaban con tenacidad entre las piedras, dentro de esos sacos ¡Qué bellas! La historia era maravillosa, las piedras en esos sacos de plástico trajeron consigo semillas que encontraron la seguridad (el aire, el agua, la luz, la mirada…) necesaria para crecer en los terrenos del Louvre ¡Mala hierba con buen gusto! ¡También existen!

Todas esas historias terminaron cuando me acerqué un poco mas para tomar una foto de esas pseudo-ruinas, porque me di cuenta de que las plantas tenían sus raíces en el suelo, esto es, nadie las trajo, ellas ya estaban ancladas en los terrenos del Louvre, que tampoco tienen mucho terreno donde hacer prosperar la naturaleza. Pero aceptaran conmigo que es bien extraño que solo crezcan (y como crecen las condenadas) entre los sacos con las piedras ¡Todo un misterio!

Esta foto no paso por el lente Instagram ni otro ajuste Tecno New Age. Es exactamente lo que vi, o casi, conmigo nunca se puede estar seguro, porque ni siquiera ahora puedo garantizar que la foto es tan fiel como creo.

¡Qué texturas, qué colores!

Estas piedras en esos sacos de plástico sobre las paletas de madera (me imagino el camión y los hombres descargando cada saco, uno por uno) no son otra cosa que las piezas de reemplazo del piso exterior del Louvre. De una cosa podemos estar seguros, en Paris nunca habrá ruinas, solo belleza eterna y suspendida.

Los efectos de un lavado

Después de tres semanas fuera de casa, y con pocas ganas de imaginar lo que el lavado al seco quiere decir (con el aroma a detergente de lavar alfombras tengo suficiente) no me quedaba otra alternativa que lavar algunas ropas yo misma, en la privacidad de nuestra sala de baño. Tenia que lavar cuando menos unas pocas para sobrevivir los cuatro días de trópico y yoga que nos quedaban. Lo de lavar a mano no es una novedad, la ropa interior la baño conmigo siempre, pero nunca se me había ocurrido pasar de centímetros a metros de tela.

¿Por qué escribir sobre algo que nadie quiere o necesita hacer? ¿Acaso la evolución y todas las maquinas a nuestro servicio no sirven para que nos liberemos de estas tareas ingratas? Pues mis razones son todas, porque la experiencia de lavar manualmente ha sido memorable en muchos sentidos:

Lo primero ha sido el efecto de sentir la pastilla de jabón transformarse en espuma de aromas cubriendo las telas con tanta sutileza. Lavé con el mismo jabón con el cual lavo mi cuerpo, y me di cuenta de que nuestra ropa, segunda piel, protección de nuestra superficie y contacto con el mundo, merecería también un jabón suave y natural, respetuoso de sus células textiles. Nunca se me había ocurrido que esos detergentes, cuyo único objetivo es blanquear, desinfectar y desodorizar, en pocas palabras aseptizar, se instalan para siempre en los tejidos de nuestros atuendos y  prosiguen cada dia su contacto abrasivo con nuestros cuerpos.

Lo segundo y quizás lo mas importante, el momento vivido. Mientras usaba mis manos para restregar las telas contra ellas mismas, los movimientos empezaron a adquirir un ritmo, que apenas transcurridos unos segundos me invito inconscientemente a rendirme hasta devenir una sola con la tarea. Una sonrisa comenzó a hacerse lugar aquí y alla, mi rostro relajado y con él todo mi cuerpo convencido. Entré en un trance, de olvido, de ausencia, de felicidad inexplicable. Todo parece indicar que lavar con ese jabon hecho de pura naturaleza, en aquel momento de soledad (hasta mi hija de 5 años hizo silencio o simplemente dejé de escucharla) me hacían acercarme de alguna manera a la experiencia meditativa, ese momento sagrado de cada dia durante el cual “lavo”, y lavo, todas las tensiones que me hacen dudar de mi bien merecida existencia.

Y luego, la satisfacción de ver la ropa colgada, traslucida, tan limpia, tan fresca, tan suave, dejandose llevar por viento. Estoy segura de que mi lavadora nunca siente esta satisfacción, mas bien este orgullo. A esa pobre lavadora incapaz de ver el mundo desde el rincón donde vive,  le hemos dado el poder de robarnos  la oportunidad de este contacto magico. Todo esto me lleva a pensar en cómo hemos decidido denigrar y prescindir de tantas tareas que sin saberlo nos ayudaban a conectarnos con nosotros mismos, contacto que se traduce en la experiencia de paz y orgullo que tan poco vivimos cada día, pero que necesitamos a cada instante.

Pienso en esas imágenes, tantas veces captadas por pintores y escritores de las lavanderas en el rio, absortas en ese ritual maravilloso, con frecuencia colectivo, durante el cual los gestos de esas manos se frotan con el agua al ritmo de murmullos y canciones, en ese universo de complicidad y gran sensualidad femenina. Detalle poco anodino. ¡Qué maravilla olvidarse de si mismo en el ejercicio repetitivo de existir a través de una función necesaria! ¡Ah, poderoso Karma Yoga!

La mejor parte de la historia ha sido sin duda vestirme de esta experiencia, mucho mas que con un vestido. Me pregunto si las ropas también agradecen nuestros gestos de atención, traduciéndose esto en puro agradecimiento retroactivo, porque el dia llevando esa camisa después de la lavada la senti como nunca antes. Creo que por primera vez la camisa me amaba tanto como yo a ella.

El pésimo lector

Hace tiempo que no paso por aquí. Comencé a trabajar hace unos meses, pero de ninguna manera es esta la razón de mi abandono. He estado en crisis de objetivos, mi rutina. Desde el 2004 he comenzado por lo menos 50 blogs con lo que en algún instante de excitación y sueño de confianza me parecían buenos conceptos, temas, en fin. Ninguno de esos blogs llego a algún lugar porque sin duda la mayoría no era muy interesante, pero sobre todo porque siempre me falto consistencia. La crisis, esa que me lleva a renunciar, tiene que ver con mis deseos de proteger ese lugar secreto que soy. Desde luego dudo del interés de otros por eso que me interesa, pero sobre todo freno todo cuanto puedo el intento porque la sola idea de desnudarme me paraliza. Un día me di cuenta de que además de mi necesidad de discreción, también parecía día tras día dejarme envolver por una extraña complacencia frente al espejo. Estoy tentada, como la mayoría, pero también me quiero controlar y no caer en el repertorio de notas en las cuales muestro y demuestro cuan especial soy. Supongo que tener la intensión de ser leídos ya nos hace trabajar en lo que nos hace especial, nuestra visión única y brillante del mundo. No meto las manos en el fuego con la promesa de no exagerar con mis bondades pero trataré de impersonalizarlo, lo cual desde ya suena como un ejercicio atractivo y desde luego poco lucrativo porque lo que vende es exponerse y complacer, y no soy tan simpática ¡Bah!

Ahora a justificar el titulo. Me encanta cuando leo mal, cuando veo mal, cuando escucho mal, porque es justamente en ese error donde radica mi única creatividad. De pronto recuerdo (con la distancia que ofrece mi memoria) que leyendo a Truffaut descubrí con ese placer que experimentamos cuando descubrimos que nuestro ídolo comparte el mismo día de nacimiento que tu (y de hecho Truffaut comparte el mío, pero eso es solo banal coincidencia), pues decía que descubrí que Truffaut declaraba entender muy poco las películas que veía, con lo cual siempre creaba una nueva pelicula a partir de los pocos elementos que percibía. Me siento igual. Hace unos días visitaba Habitually Chic (me gusta pasear por aquí de cuando en cuando porque es un blog de peluquería, en él puede uno ver todas las imágenes súper glossy que adornan las típicas revistas al lado del secador de pelo). La creadora del blog había publicado una entrada especial sobre Aerin Lauder, de pasarle por encima al sujeto extraje una hermosa blusa amarilla con doble peplum (uno saliendo de la línea de la cintura y otro de un poco mas arriba) que solo Roksanda Ilinsic (soy fan) podría haber concebido. Pasé tan rápido la foto que no puedo estar segura de que en efecto vi lo que quedo grabado en mi retina (la segunda, esa que produce y no reproduce) pero no tuve ganas de volver para comprobar si lo que creía era mi creación era mas bien el vestuario exacto de la heredera Lauder. Desde luego la pieza en cuestión me hace soñar, pero lejos de alimentar mi deseo de tenerla, solo me hace pensar en cuan erróneas son todas mis lecturas del mundo, y doy gracias al error.

La foto, no es de la luna. Es solo una bandera en un banco de arena que  cíclicamente se sumerge en el agua del mar.

Obsesión: Bluebells

Tenia ganas de hablar de bluebells, de la obsesión inglesa por las flores en general (la Royal Horticultural Society y otros detalles) y de la realización última que ha sido visitar High Beeches, para ver mis primeros Bluebells en un bosque encantado. Y ya no tengo tantas ganas. Después de escribir y borrar sin reposo, intento cuando menos contar cómo llegué a construir la obsesión.

Me encantan los jacintos, y aquí en Londres, es más bien fácil conseguirlos, entre la pasta fresca y las comidas de 500 calorías, en cualquier Waitrose, pero no sólo. Me gusta el aroma, me gustan sus colores, y hasta me gustan sus tallos sumergidos en el agua. En algún momento del año los jacintos desaparecen, por eso del ritmo de las estaciones que nosotros los seres tropicales apenas podemos entender. Bien, para perpetuar la presencia de los jacintos en mi vida y en mis aposentos, se me ocurrió buscar un perfume de jacintos puros. Tarea innoble esta, pues después de buscar insaciablemente, renuncié a este perfume. No fue hasta que un dia cuando osé entrar a Penhaligon’s, el mítico perfumista inglés, por pura curiosidad y sin destino particular, cuando para darle orientación a mi osadía, tuve que decirle a la vendedora que buscaba un perfume de jacintos. A lo cual ella respondió con una mueca, entre lástima y desprecio, y luego después de un largo suspiro:

“Bluebells. Los jacintos son utilizados entre muchos otros ingredientes para reconstruir el perfume de los bosques de Bluebells, porque desde que estas flores son patrimonio nacional, no se pueden utilizar y es muy dificil cultivarlas porque justamente crecen en los bosques. Asi que los jacintos, más fáciles y ordinarios, con su aroma dulce y pegajoso sirven de base para la recreacion del delicado pefume de bluebells – Me extendió la botellita, y agregó -, También era el perfume favorito de Lady Diana”.

Solo yo sé cuán poco me interesa Lady Di, aunque desde luego no menos que Kate Middleton. Pero la historia sobre mis jacintos ordinarios, al servicio del reputadísimo aroma de Bluebells (es preciso decir que para los ingleses puristas, los jacintos son los enemigos españoles de las Bluebells) dejó una marca instantánea en mis deseos, esos deseos de saber de qué hablaba esta mujer altiva, portavoz de Penhaligon’s. Desde entonces, acumulo información sobre la florecilla mágica cuyos prados decoran el universo de hadas y otras creaturas celestes de esta región.

Siempre creí que debía andar mucho para ver el espectáculo de las Bluebells flamantes, a partir de Marzo. La gran sorpresa ha sido encontrarlas fortuitamente, mientras atravesaba en cementerio Brompton, donde desde luego las Bluebells crecen en apenas los espacios que dejan las tumbas, sin llegar a alfombrar la sombra de arboles suntuosos que he visto en tantas fotos maravillosas. Pero este encuentro inesperado me regaló la motivación para descubrirlas en su contexto natural, los bosques antiguos de Inglaterra.

La idea me dejaba siempre en estado de angustia. Tanto se dice de Bluebells que sin saberlo llega uno a creer que sólo los elegidos pueden verlas. Esta agonía no hace sino aumentar cuando va uno al sitio del National Trust y descubre que hasta existe un mapa interactivo de dónde ver Bluebells, que está alimentado por gente que les ha visto recientemente. Este año, debido a las fuertes lluvias y las persistentes temperaturas invernales, reportan que la temporada de Bluebells llega a su fin y que por el exceso de agua estas son excepcionalmente frágiles y de pequeña talla, aunque de aroma mucho más intenso. Conmovedor.

La tensión no hacía más que aumentar cuando leía sobre el tema. El sol durante el fin de semana pasado fue la mejor excusa para buscar y quizás tener el privilegio de ver bluebells. Siguiendo mi intuición, y considerando que sólo teníamos la tarde para la exploración, decidí que iríamos a High Beeches, en Surrey. Me dije que cuando menos este jardín ofrece también azaleas, magnolias, violas, y otras tantas flores, si no estaba en nuestro destino ver Bluebells.

Toda la magia que tanto esperaba estaba allí (¿O la habia yo llevado conmigo?). Los Bluebells de High Beeches eran pequeños, discretos, entre un azul cobalto intenso a veces y purpura otras, frágiles, de largos tallos y casi agonizantes. Todavía hoy, después de una semana, sigo embriagada por la experiencia, y con ganas de respirar su encanto una y otra vez más.

Finalmente como que si tenía ganas de escribir, o quizás estas, las ganas, se fueron haciendo a medida que ordenaba la obsesión. No tengo muchas ganas de escribir por estos días, situación persistente en mi bioritmo, esta vez porque me ha dado por pensar que no es divertido lo que escribo, y que claro, si no es divertido, tampoco tiene mucho que decir.

Turismo: Esto es Brighton

Brighton es el mar a pocos kilometros de Londres. No es un destino demasiado atractivo para aquellos quienes ven el mundo siempre a través de las comparaciones . Una amiga una vez me dijo ¿Brighton? Eso no es una playa, es un piedrero. Para ella la idea de la playa esta hecha de arena blanca, aguas cristalinas y litros de aceite para broncear. No la culpo, Brighton no ofrece nada de eso, sino lo contrario. Tampoco es la ilusión  de quienes se perciben especiales, esos cuyas excursiones solo salen en Wallpaper, lejos de los gustos de las masas informes y poco elegantes, entre parques de atracción y parrillas de sardina al borde del mar. Todas las razones anteriores, lejos de predisponerme me invitan a amar este lugar.

Me gusta Brighton porque es la ilusión de muchos, esa de estar cerca del mar. Me conmueven sus playas de piedritas, el viento, el frio, y la gente desprovista de poses. Me di cuenta mientras estuve allí hace unos días de que todo aquello que otros rechazan o excluyen me inspira, me conmueve. Y es quizás el mismo mecanismo el cual me deja indiferente frente a la belleza y los elegidos.